El espía que vino del desierto. Al Servicio Secreto de… la Generalitat

Marcelo de Argila fue el Director de los Servicios Secretos de la Generalitat a principios de la Guerra Civil. Durante años, su identidad fue un enigma. Conocido como «El Egipcio», descubrí su verdadera personalidad cuando me documentaba para mi segunda novela, También mueren ángeles en primavera. Como los detectives privados Enrique Cazeneuve y Antonio de Nait, formaba parte de la influyente colonia francófila de Barcelona.

Egipto, 1905

A principios del siglo xx, Egipto era, de facto, un protectorado británico gobernado por el jedive Abbas Hilmi II. Los imperios otomano y británico pugnaban por el control de Oriente Próximo, con Francia como tercera en discordia. Alejandría, en la costa del Mediterráneo, era la puerta de entrada al país y su centro comercial más activo, mientras que El Cairo ostentaba la capitalidad administrativa.

Un catalán de El Cairo

En aquellos años, el periodista barcelonés Jaime de Argila vivía en El Cairo y escribía en dos periódicos incómodos para el poder, uno en lengua francesa y otro en árabe.

Nacido en 1873, Jaime se había casado en Egipto con Eleonora Pazzaglia, hija de un próspero comerciante italiano que exportaba productos orientales hacia Europa. En la capital egipcia vino al mundo, en 1905, su hijo Marcelo, que treinta y un años después dirigiría los servicios de información de la Generalitat catalana, los más eficaces del bando republicano al inicio de la Guerra Civil.

La expulsión de Egipto

La actividad política y periodística de Jaime, próxima a los nacionalistas egipcios y a los intereses franceses, lo llevó a un enfrentamiento abierto con el cónsul general inglés, Evelyn Baring, que instó su expulsión cuando se cumplía la primera década del siglo.

Un gentleman europeo

Tras la expulsión, la carrera periodística de Jaime de Argila se movió entre Barcelona, en donde dirigió El Día Gráfico La Tribuna, París y Ginebra. En la ciudad suiza trabajó como corresponsal ante la Sociedad de Naciones (en la foto) y colaboró personal y profesionalmente con el Comité Panislámico, que luchaba por el fin del colonialismo en los países árabes y el Magreb.

Gracias a los continuos cambios de residencia y a las amistades de su padre, Marcelo de Argila creció en un ambiente cosmopolita que lo convirtió en un políglota dotado de un notable don de gentes.

Además, su aspecto físico le permitía moverse con soltura por Europa y destacar en España: era alto, de cabello rubio rojizo, piel blanca y ojos azules. Consciente del impacto que causaba en sus interlocutores, cultivó unos modales de gentleman y un buen gusto en el vestir del que dio fe en sus memorias el líder anarquista y ministro de Justicia, Juan García Oliver.

Química y política

Marcelo de Argila estudió química y fue profesor de esta materia en la afamada Academia Cots, de la Puerta del Ángel de Barcelona. Algunos autores, sin embargo, partiendo de un lapsus de García Oliver en su autobiografía, lo describen como profesor de idiomas en la Academia Berlitz; no es de extrañar la confusión, puesto que hablaba con soltura catalán, castellano, italiano, francés, inglés y árabe.

Se inició en la política de la mano de su padre, en el republicanismo radical. Ambos eran masones y pertenecían a la misma logia, la Delta. Con la Segunda República, se adhirió al partido Extrema Izquierda Federal, de una de cuyas facciones fue candidato al parlamento catalán en las elecciones de 1932.

En su vertiente sindical, aquella formación era cercana a la CNT, lo que explica el apoyo que recibió De Argila por parte de uno de los líderes cenetistas, García Oliver, cuando fue propuesto para hacerse cargo de la dirección de los servicios de información catalanes, en el otoño de 1936.

El servicio secreto

Cuando estalló la Guerra Civil, España no contaba con unos servicios secretos dignos del nombre. Un déficit histórico que ni los gobiernos de la monarquía, primero, ni los de la República, después, remediaron. Además, la mayor parte de los oficiales adscritos a las secciones de información de los estados mayores del ejército se habían sumado a la sublevación militar.

Conscientes del problema, la Generalitat y el Comité Central de Milicias Antifascistas —que tuvo el poder real durante los primeros meses de la guerra— decidieron crear unos servicios de información modernos.

El presidente catalán, Lluis Companys, delegó en el subsecretario de la conselleria de Defensa, el comandante Vicenç Guarner, (en la fotografía) mientras que el Comité Central de Milicias lo hizo en el cenetista José Margeli. Ambos eran masones y pensaron en el mismo hombre para dirigir los servicios, un hermano con contactos internacionales, políglota y de sólida formación científica: Marcelo de Argila.

El personal que se incorporó al nuevo servicio era voluntario; se trataba de policías, técnicos en comunicaciones, criptógrafos, fotógrafos… casi todos masones y de una probada capacidad profesional. Muy pronto, De Argila dirigió una organización de gran eficacia, cuyo cuartel general se estableció en la Casa Sedó, en la confluencia de las calles Diputación y Bailén, en pleno Ensanche barcelonés.

Enemigos de talla

La nueva agencia secreta tuvo su mayor rival en el SIFNE franquista, el Servicio de Información de la Frontera Nordeste de España, generosamente dotado por empresarios catalanes que huyeron de la Ciudad Condal al inicio de la guerra. 

Su director era el exministro monárquico Josep Bertrán i Musitu, y su sede estaba situada en un casón de Biarritz (Francia) llamado La grande Frégate (en la fotografía).

Desde allí se coordinaba el trabajo de colaboradores en las principales capitales europeas y de simpatizantes en la retaguardia republicana, los quintacolumnistas.

En cuanto a los espías extranjeros, el Servicio hizo la vida imposible a los agentes italianos, que se habían infiltrado en las fuerzas políticas y sindicales catalanas antes de la guerra. Marcelo de Argila contaba con material secreto robado en el consulado de Italia por un revientacajas anarquista, Miquel Albert, durante los primeros días de la guerra. Este material, al parecer, desvelaba los planes secretos de Mussolini para España.

El hombre que pudo parar la guerra

Antes de hacerse cargo de los servicios de información, Marcelo de Argila protagonizó un episodio poco conocido que pudo haber cambiado el rumbo de la guerra, en sus primeros meses, a favor de la República. La historia está resumida en el post titulado «El hombre que pudo parar la guerra».

El sorprendente final de la historia

Fernando de Argila, el hermano de Marcelo, me explicó los detalles de la vida personal de nuestro protagonista. Me pidió que, mientras él estuviera vivo, mantuviera en secreto su identidad. Cumplí. Murió en 2015 y hasta 2020 no he explicado quién fue mi maravillosa fuente de información.

Pasé con él una tarde apasionante. Yo tenía datos sobre la trayectoria profesional y política de Marcelo y de su padre, Jaime. Él desconocía muchas cosas. A cambio, me narró la historia íntima. Fernando era un hombre culto, encantador y dotado de una memoria prodigiosa. Adoraba a su hermano amyor. En 1936 era un adolescente de quince años.

Al final del encuentro me explicó el secreto mejor guardado de la familia: tanto Jaime como Marcelo de Argila eran agentes de los servicios secretos franceses y, en concreto, del Deuxième Bureau, la inteligencia militar gala. Su relación comenzó con el exilio del padre de Jaime, antiguo oficial del ejército carlista.

No desvelaré el final de la historia de Marcelo porque reventaría el de la novela También mueren ángeles en primavera. Les invito a leerla. Digamos que comunistas, franquistas, italianos y rusos estaban muy interesados en que desapareciera. Y en estas, estallaron los Hechos de Mayo de 1937.

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